NOTA DE VIRIDIANA RÍOS PARA EL PAÍS 14-08-20/ FOTO FREEPIK

Las refresqueras matan. En México cada año mueren 41.000 personas por enfermedades relacionadas con el consumo de refrescos o bebidas azucaradas. Además, una de cada cinco muertes por diabetes, enfermedades cardiovasculares y obesidad puede rastrearse al consumo de estas bebidas. Entre los hombres con más de 45 años, el refresco es un asesino en masa. El 30% de las muertes de este grupo de edad se relacionan con el consumo excesivo de bebidas azucaradas.

Pero a la industria de bebidas azucaradas le conviene que no sepamos esto.

México es el consumidor más importante de Coca Cola del mundo con un promedio de 225 litros por persona al año. En palabras del presidente y Director Global de Operaciones de la compañía: “A futuro, lo que quisiéramos es que todos los mercados fueran como México. Lo bueno de este país es que podemos ver el futuro.”

Y ese futuro del que habla Coca-Cola es el presente de México. Un presente donde las refresqueras hacen su agosto y los políticos hacen demasiado poco por cambiarlo.

Esto se debe, en parte, a que los políticos son parte del problema. Antes de ser presidente, por ejemplo, Vicente Fox se jactaba de haber convertido a Coca-Cola en refresco más vendido en México. En parte también se debe a que los políticos simplemente no tienen buenas ideas —o no quieren tenerlas. No se animan a salir de su simpleza y poca ambición.

Aún medidas consideradas históricas, como el etiquetado frontal o los impuestos a las bebidas azucaradas son insuficientes para reducir el problema.

El presente de México es uno que tiene felices a las refresqueras. Es momento de reducir considerablemente el consumo de bebidas azucaradas. Ello requiere desnudar las mentiras que la industria quiere que creamos pero también, y a la par, rechazar el simplismo con el cual los políticos quieren dar respuesta al problema.

Necesitamos políticas radicalmente efectivas.

Lo que los refrescos no quieren que sepamos

La industria del refresco y las bebidas azucaradas quieren que pensemos que es tan malo tomarnos un agua de frutas con mucho azúcar que tomarnos un refresco. Eso no es cierto.

A diferencia del agua de frutas, el refresco se endulza parcialmente con jarabe de maíz alto en fructuosa. Estudios académicos han demostrado que este jarabe es peor para la salud. La prevalencia de diabetes es 20% más alta en países con alta disponibilidad de este jarabe, en comparación con los que no lo tienen.

El consumo excesivo de bebidas endulzadas con este jarabe está asociado a una mayor obesidad. Esto es grave. En México el 16% de las muertes se deben a la obesidad, una tasa muy superior al promedio mundial de solo el 8%. México es el país de Latinoamérica donde más personas mueren por condiciones relacionadas con la obesidad.

Otro mito que existe y que favorece a las refresqueras es que no es bueno ponerle impuestos a los refrescos porque se empobrece a la gente. Son los pobres, dice el mito, quienes siguen comprando refrescos pero a precios más caros. Esto también es falso.

Estudios han demostrado que las personas de bajos ingresos se benefician sustancialmente de los impuestos a las bebidas endulzadas con azúcar, e incluso pueden beneficiarse más que las personas de altos ingresos. Esto se debe a que las personas de bajos ingresos son también las que sufren las mayores afectaciones a su salud. Es decir, aún si pagan más, sus beneficios en salud mejoran porque también obtienen la mayor parte de los beneficios.

Las ganancias en salud pueden ser enormes. En Nueva Zelanda, existe evidencia científica de que un impuesto del 8% a la comida azucarada aumentó en siete meses la vida saludable de cada ciudadano. En México, el impuesto que se implementó hace unos años también ha tenido por efecto una reducción de 8,5% en las calorías consumidas en las bebidas sujetas del impuesto.

Otra falacia comúnmente utilizada para favorecer la poca regulación de las refresqueras es que las porciones pequeñas de alimentos malos no hacen daño. Varios estudios contradicen esta forma de ver las cosas. El consumo de bebidas azucaradas, independientemente de la cantidad, apoya la lipogénesis de novo, una anomalía central en una condición llamada “hígado graso no alcohólico”. Es decir, existen condiciones negativas en el metabolismo aún si no se consume mucho.

Si no sabemos lo suficiente sobre esto es posiblemente porque investigaciones periodísticas y académicas han demostrado que Coca-Cola financió una red global de científicos llamada Global Energy Balance Network (GEBN) para desviar la atención de la contribución de las bebidas azucaradas a la epidemia de obesidad y argumentar que el problema principal es la falta de ejercicio. La política nutricional de China, al parecer, fue ampliamente afectada por estos estudios afines a las refresqueras.

Lo que los políticos no quieren que sepamos

Los políticos quieren que pensemos que las regulaciones actuales van en la dirección correcta y que no es necesaria una reingeniería completa del sistema de salud, ni más recursos, para reducir el problema de diabetes que tiene México. López Obrador ha dicho que el sistema de salud pública tiene suficiente dinero. La realidad es mucho más compleja.

El Gobierno mexicano ha implementado medidas importantes para combatir el consumo de bebidas azucaradas. Se ha inaugurado un etiquetado frontal que advierte de manera clara cuando un alimento tiene alto contenido de azúcar, grasas, sodio o calorías.

Estas herramientas son avances en la dirección correcta. El etiquetado anterior era tan complejo que solo el 12,5% de los estudiantes de nutriciónmexicanos lo entendían. En cambio, el nuevo etiquetado ha sido identificado por UNICEF como de los mejores del mundo. Además, se estima que cinco años después de la implementación de las etiquetas, los casos de obesidad en México se reducirán en 1,3 millones, lo que significará un ahorro de 1.800 millones de dólares en costos directos e indirectos en materia de salud. Estudios experimentales muestran que el etiquetado mejora la calidad de lo que se compra para desayunar.

El problema es que una reducción de 1,3 millones no es nada para un país como México donde hay 38 millones de obesos. Lo que los políticos nos venden como avances históricos son en realidad unos cuantos pasitos.

La prohibición de la venta de estos productos a menores de edad, por ejemplo, es una medida que seguramente tendrá efectos positivos de educación pública, pero no es claro que vaya a lograr mucho en el corto plazo. La legislación hará que los niños y sus padres refuercen la idea de que el refresco es malo. Algo que la mayoría de los padres ya saben. No sé si logre mucho más.

El enemigo a vencer

El enemigo a vencer es la conformidad. Las metas de salud pública deben ser más ambiciosas. El problema no es que se están haciendo mal las cosas, sino que se está haciendo demasiado poco. Las mentes más brillantes de México deben enfocarse en mejorar la nutrición pues ello salvaría vidas. Esta discusión debe darse con o sin la industria a bordo.

Es momento de salvar vidas. No debemos olvidar que en México, la diabetes es la principal causa de pérdida de años de vida entre mujeres y la segunda entre los hombres, solo superada por los homicidios. Solo los cárteles de la droga son más mortales en México que la diabetes. De este tamaño es el problema y de ese tamaño deben ser las soluciones.

Para derrotar este problema el Gobierno mexicano debe avocarse en continuar con las medidas regulatorias que sí son efectivas y diseñar otras aún más ambiciosas. Las nuevas medidas deberán ser estratégicas, conductuales y basadas en evidencia —algo que la industria de alimentos procesados no quiere ni que discutamos.

Un buen inicio es reconocer que el impuesto a bebidas azucaradas no es suficiente y podría estar mejor diseñado. Se debe gravar a una gama de bebidas azucaradas más amplia con impuestos específicos calculados en función de los gramos de azúcar contenidos. A diferencia de lo que ocurre cuando se grava por volumen, este diseño incentiva a los productores a reducir la cantidad de azúcar en las bebidas existentes y a desarrollar alternativas.

Un mejor esquema intentaría no solo cobrar más impuestos, sino requerir que las refresqueras ayuden por medio de sus cadenas de distribución, a llevar alimentos y agua potable a comunidades donde solo se tiene acceso al refresco. No se trata solo de cobrarles dinero sino de usar su red de distribución y sus recursos.

Más aún, los anuncios de bebidas azucaradas deberían acompañarse de manera obligatoria con explicaciones claras de lo dañino que es su consumo. Si la industria así lo prefiere, ahí también podrían explicar lo dañinas que son las garnachas (algo que, al parecer, les importa mucho). Debe ser claro que el 69% de las azúcares en la dieta de los mexicanos vienen de bebidas azucaradas y no de otros alimentos tradicionales.

El Estado tiene también que hacer lo propio y ello requiere gastar más dinero. Se tiene que buscar que los ambientes saludables sean más accesibles. Se debe invertir en sistemas de distribución de agua potable que sean más amigables. Los contenedores grandes reciclables de agua potable deben volverse parte del paisaje urbano.

Es necesario también expandir la educación nutricional sobre todo ahora que la producción de alimentos de alto contenido calórico se ha vuelto tan barata. Hace apenas unas décadas producir aceite era caro. Hoy las nuevas tecnologías han hecho que su producción se masifique y se vuelva ampliamente asequible. Lo mismo ha sucedido con el azúcar y otros alimentos empacados.

A la par de estos esfuerzos, debemos enfocarnos en mejorar la infraestructura de salud. Es común que en México la gente tenga diabetes, pero no lo sepa. Un sistema amplio de detección temprana y de control podría salvarle la vida a millones de mexicanos.

Es importante no claudicar en desarrollar medidas creativas para poder evaluar qué es lo que mejor funciona. Se debe evaluar el impacto del etiquetado frontal recientemente implementado. Hay mecanismos conductuales que podrían implementase, no solo para incentivar el consumo de alimentos saludables sino para reducir la obesidad. Estudios han demostrado que la obesidad se trata mejor en grupos que de manera individual.