NOTA Kenia Velazquez para DE POBLAB 15-03-2021/ FOTO DE Pinche Einnar

Colansa busca apoyar a consolidar redes de organizaciones, académicos y activistas para que incidan en las políticas de salud pública de la región.

La pandemia de COVID-19 tomó a América Latina mal parada, con un crecimiento de padecimientos metabólicos cuyo origen está bien identificado: el creciente consumo de alimentos procesados bajo un bombardeo publicitario feroz y una protección de los gobiernos y las legislaciones a las empresas que los producen y que generan ganancias nunca vistas a costa del bienestar de sus consumidores.

Sin embargo, la visibilización del problema que trajo la alta incidencia mortal del virus SARS-CoV-2 ha traído también una reacción que hace albergar esperanzas: el fortalecimiento del activismo académico y social en todo el continente para luchar por prácticas alimentarias saludables y un freno a la impunidad de la gran industria.

Los países de América Latina y el Caribe se enfrentan desde hace tiempo al mismo problema: muertes por padecimientos relacionados con la mala alimentación. En la región, el 82 por ciento de los fallecimientos fueron por afecciones cardiovasculares y cánceres, en una década las muertes atribuibles a niveles altos de glucosa en sangre aumentaron 8 por ciento. A esto hay que sumarle el sobrepeso como uno de los factores de riesgo más relevantes para la salud: lo padecen el 8 por ciento de los infantes menores de 5 años, el 28 por ciento de los adolescentes, 53 por ciento de los hombres y 61 por ciento de las mujeres en la región.

Las cifras no sorprenden si consideramos que las ventas de alimentos y bebidasultraprocesados crecieron en 8.3 por ciento sólo 5 años. Además, el consumo diario de frutas y verduras está por debajo de los 400 gramos recomendados por persona al día y el consumo de azúcar es mucho más alto que los 50 gramos diarios. La Organización Panamericana de la Salud analizó 89 productos ultraprocesados que se consumen en la región y encontró que excedían los niveles recomendados de azúcares libres, grasa total, grasas saturadas o sodio; dos terceras partes de ellos superaron el nivel recomendado con dos o tres de estos nutrientes críticos.

No, las cifras de enfermedades y muertes no sorprenden, pero sí preocupan.

Se debe trabajar para fortalecer los sistemas alimentarios en América Latina. Foto: Jakub Kapusnak

A lo largo de América Latina han surgido políticas públicas para combatir la mala alimentación, Chile, Perú, Uruguay y México han avanzado con un paquete de medidas entre las cuales se encuentra el etiquetado de advertencia en productos ultraprocesados. Pero las políticas para impulsar la alimentación saludable en el continente se enfrentan a la poderosa industria de alimentos chatarra, que, según se ha documentado, cuentan con un acceso privilegiado a los tomadores de decisiones en todos los países en los que operan y terminan influyendo en las normas que los deben regular.

Lo que se ha visto en varios países, la industria utiliza estrategias similares: negociación con legisladores, financiación de campañas electorales, pago de expertos con conflicto de intereses, influencia en medios de comunicación, difusión de argumentos falaces que generan miedo económico, cooptación de líderes sociales, lavado de marca mediante acciones de responsabilidad social, demandas judiciales a las normas e intimidaciones a organizaciones de la sociedad civil. Así, cada organización, académicos o promotores de la alimentación saludable local se enfrenta a lo mismo que en el país vecino.

Hoy, gracias a la creación de Colansa (Comunidad de Práctica Latinoamérica y Caribe Nutrición y Salud) será más fácil establecer un bloque común, articulado que luche por políticas de salud en beneficio de la población de la región. “Un espacio de resistencia”, lo define Ana Paula Bortoletto, fundadora del proyecto. Esta comunidad quiere “contribuir al desarrollo de sistemas alimentarios saludables, sustentables, equitativos e inclusivos y promover la mejoría de la nutrición y de la salud de las poblaciones” latinoamericanas. Por ello, tienen especial interés en las mujeres, “queremos considerar las cuestiones de género, de manera transversal y desde un punto de vista estratégico para nuestro trabajo”, señaló Bortoletto.

“Necesitamos tener más intercambio y aprendizaje en la región, acerca de temas tan complejos como la regulación de la publicidad, la implementación de impuestos y otras medidas regulatorias, sobre agronomía y agroecología. Hay mucha experiencia en nuestros países, hay ejemplos de avances significativos, como las guías alimentarias y el etiquetado. Pero también tenemos muchos enfrentamientos en común, por parte de la industria de productos ultraprocesados y agronegocios, que han invertido mucho para que no avancen las políticas de protección a la salud pública y del medio ambiente”, dice la investigadora del Instituto Brasileiro de Defesa do Consumidor.

Ilustración: Pinche Einnar

Pero no sólo se trata de resistir, también será un espacio de intercambio entre investigadores y otros actores con “un aprendizaje colaborativo, de generación de conocimiento científico, del intercambio de informaciones de calidad y del desarrollo e implementación de estrategias eficaces para la generación de políticas públicas adecuadas”. Y esto, materializarlo con acciones concretas.

La red busca la interacción entre agricultores y pequeños productores, universidades, sociedad civil, abogados y organizaciones multilaterales e internacionales para incidir en las políticas públicas que fortalezcan los hábitos y los sistemas alimentarios de la región. Afortunadamente en la zona existen muchas organizaciones y redes que ya trabajan en conjunto entre ellas. “Se pueden construir redes más sólidas, evidencias consolidadas, serán dos elementos que van a colaborar en que se puedan profundizar las políticas de alimentación saludable”, ha dicho Roberto Bazzani, especialista principal del programa del IDRC (International Development Research Centre).

Fábio Gomes, asesor regional de Nutrición y Actividad Física de OPS cree que con esta articulación habrá una respuesta más rápida “cuando no hay evidencia en un país, se puede sacar la evidencia de otro país y así contestar de manera ágil a los alegatos infundados que los opositores intentan hacer”.No sólo se trata de reaccionar, no basta con adoptar alguna política, sino innovar, dice Gómez.

“Hay que pensar en la región”, dijo Camila Corvalán, investigadora del Instituto de Nutrición y Tecnología de Alimentos de la Universidad de Chile, “tenemos que pensar más allá de nuestro país, de nuestro entorno y avanzar en un pensamiento colectivo, por un sentido de equidad, movernos todos juntos hacia el objetivo que queremos lograr. La transformación verdadera del sistema alimentario requiere una mirada más colectiva, en la cual podemos fortalecernos, aprender de lo que está pasando en diferentes partes”.Corvalán cree que “después de las inequidades que han saltado a la vista por COVID vienen desafíos que son regionales, son comunes” y hay que trabajar coordinados.

América Latina va a la vanguardia en acciones que promueven la alimentación saludable: los estudios de Carlos Monteiro de Brasil sobre los ultraprocesados, el impuesto a bebidas de México, el etiquetado de Chile. Y cada vez sonmás países que trabajan en lo mismo: Argentina, Colombia, Panamá…

La creación de Colansa es un motivo de celebración, porque se suma a la lucha para que la región tenga mejores sistemas alimentarios. Latinoamérica resiste y avanza.